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jueves, 28 de abril de 2011

Estatuas de sal (Villa Epecuén parte I )


Aquella noche de 1985 todo era calma como de costumbre. Juan había terminado temprano su turno de camarero en el Parque Hotel, y había aprovechado las ultimas horas de esa tranquila tarde para pasarla con un sobrino en la plaza, cercano al camino de acceso al pueblo.
       De regreso a casa pasó frente al castillo de la arquitecta francesa, que por aquellos dias se había convertido en uno de los principales atractivos de la Villa. Aprovecho para dar una recorrida por el terraplén y el espigón, ya hacía días que en el pueblo se rumoreaba que el nivel del Lago había llegado a un punto peligroso, pero ese era cuento viejo.
 Al llegar a la puerta de su casa, respiró profundo antes de tomar la manija y se dío vuelta por un instante a contemplar las farolas de la calle que formaban una especie de pista de aterrizaje con declive hacia el espigón. Las bicicletas y los peatones, todavía se podían ver sin apuro.

 Dejó su pullover gris antes de entrar en el baño, en la silla del pasillo, se refresco un poco y se dirigió a su habitación sin pensar siquiera en su fiel compañero, un televisor Noblex de 12/220v rojo.

 Se despertó sobresaltado por los murmullos y las sirenas de los bomberos a las 02:35am , “ un incendio” pensó. Trato de hacer pié en el suelo, pero a diferencia de las miles de veces anteriores no pudo al primer intento, un frío estremecedor se le clavó en el pié. Tenía 10 cmts de agua dentro de su casa. No hizo falta un dibujo para entender la gravedad de la situación. El terraplén había cedido.

Una vez fuera de su casa, comprendio que no había mucho tiempo, junto lo que pudo y lo colocó sobre la cama y la mesa del comedor, “solo lo más importante” se decía, quizás en 2 o tres días el agua baja de nuevo.

La quietud del pueblo había desaparecido y como nunca las calles se llenaron de camiones y tractores con carros, cargando cuanto se podía. Para el amanecer todas las calles costeras se habían tapizado con las negras aguas, que lento pero constante seguían ingresando al pueblo.

Las pertenencias se llevaban a los terrenos de la estación del ferrocarril, donde se dejaban tirados a la intemperie a fin de poder ingresar nuevamente a rescatar algo.

El regreso fue ansiado, pero imposible. Para el año entrante, la casa de Juan estuvo bajo 4 mts de agua y para 1993 la profundidad rozaba los 10 metros.

Pero como reza un monumento en el siempre mítico Epecuén:

“La llama de la esperanza no se apagará jamás”


Esta es una primera seríe de fotografías, la segunda y una reseña de los acontecimientos en la próxima entrega

















3 comentarios:

  1. Espectacular Mauricio, me encanto, emociona. Como pueden imaginarse tus historias como si se las estuviera viendo... Felicitaciones!!!

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  2. @Anonimo, Gracias! me alegro que te guste, la segunda parte será mejor ;)

    @Robert, Gracias por pasar! espero este todo bien por Tenerife.

    Un abrazo

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